martes, 6 de septiembre de 2016

Café Latte


—Un frappuccino light.
Hugo dejó escapar un suspiro mientras apuntaba el pedido en la taza de cartón.

martes, 28 de junio de 2016

Icarus

Ícaro batió sus alas cada vez más fuerte, a pesar de notar que el aire comenzaba a calentarse rápidamente. Miró hacia abajo y observó el mundo a sus pies. Allí el mar se extendía furioso hasta el horizonte, haciendo que las olas chocaran unas contra otras con un sonido parecido a un rugido. Al volver a mirar al frente, Ícaro vio tierra por fin y, sobre una piedra, una joven trenzaba su pelo resplandeciente. A medida que se acercaba, se dio cuenta de que no era solo su pelo, sino que toda ella brillaba con la potencia digna de un sol.

miércoles, 1 de junio de 2016

Wanderlust.

El anciano encontró la llave en el segundo cajón de su escritorio. Hacía años que no lo abría, y la llave estaba enterrada en una fina capa de polvo. La cogió entre sus dedos frágiles y llenos de arrugas y la observó detenidamente. 

miércoles, 18 de mayo de 2016

Brains.

   “Nunca pensé que me vería en esta situación: debajo de la mesa, aguantando la respiración mientras el silencio de la clase se llena con el sonido irregular de golpes en la puerta y gruñidos. Pensé que nunca llegaría este momento.
   Tomé aire y acepté que tenía que hacer uso de las habilidades que tenía. Era hora de revelar lo que era: lo mismo que la bestia al otro lado de la puerta.”

miércoles, 6 de abril de 2016

9:15 (pt.II)

Miércoles.
Al entrar al bus, le veo y me tropiezo. Vaya comienzo. Le pido disculpas a la mujer que va delante de mí y me siento delante de él lo más natural posible. Saqué mi libreta para aparentar estar ocupado, pero no podía pasar de la misma línea; no podía concentrarme. De repente, veo por el rabillo del ojo cómo mira atónito por la ventana y sale del bus.
Lo veo correr en dirección contraria y no puedo evitar la sonrisa que se escapa entre mis labios. 

9:15 (pt.I)

Fue un miércoles cuando empezó todo.
El bus de las 9:15 llegó puntual, como cada día. Me senté en el primer asiento libre que vi sin levantar la vista del móvil. Era un día caluroso; a pesar del aire acondicionado, se oía el aleteo de los abanicos improvisados con papel.
Aún quedaban 4 paradas para llegar a mi destino cuando un chico se tropezó al entrar en el bus. Llevaba gafas redondas, un poco raras para la época en la que estamos, y se le bajaron hasta la punta de la nariz. Con una sonrisa de disculpa a la mujer que iba delante de él, se las colocó e hizo una mueca con la nariz.
Rara vez levanto la mirada del móvil, pero le seguí con la mirada hasta que se sentó en el asiento de en frente. Observé hipnotizado cómo sacaba una libreta de un maletín beige y estudiaba atentamente una letra bastante irregular. Estaba tan distraído por el mechón de pelo negro como el carbón que le caía en los ojos una y otra vez, que olvidé por completo mi parada.
Ese miércoles llegué tarde al trabajo.