—Un frappuccino light.
Hugo dejó escapar un suspiro
mientras apuntaba el pedido en la taza de cartón.
—¿Nombre por favor?—le preguntó
por hábito.
—Raquel—espetó con aire de
superioridad.
Hugo hizo una mueca y se puso a
preparar el café a toda prisa. ¿Tanto le costaba a la gente ser amable? Un por
favor, una sonrisa al menos. O una buena propina. Después de todo, gracias a
los camareros, ellos tenían su adorado café. Le dio la taza a la clienta sin ni
siquiera recibir un “gracias” y se puso con el siguiente inmediatamente.
Las mañanas se caracterizaban por
la rutina. Hugo casi conocía a los clientes que venían cada día sobre la misma
hora, lo que pedían y sus nombres. Uno tras otro iban pasando, con sus vidas
tan ocupadas que no prestaban atención a nada que no fueran ellos. Ese viernes
la rutina se repetía, aunque con más estrés que el resto de la semana, ya que
todos deseaban que llegara el fin de semana y creían que cuando antes tuvieran
su café en la mano, antes llegaría.
Mientras Hugo tomaba el siguiente
pedido, de dos tazas, por el rabillo del ojo captó cómo entraba alguien a quien
no había visto antes. Estaba seguro porque se acordaría de alguien así. Movía
la cabeza al ritmo de la música que saldría de los auriculares blancos que
tenía en las orejas, e incluso movía los labios sutilmente, murmurando la
letra.
—Oye—le dijo el cliente delante
de él, interrumpiendo su pensamiento— He dicho que lo quiero con extra de
leche.
—Sí, enseguida —dijo Hugo, aún
distraído.
Se puso a preparar los cafés, sin
poder evitar que se le desviara la mirada en dirección a la chica nueva. Estaba
escribiendo algo en una libreta, y estaba tan concentrada que sacó la lengua a
la vez que sus cejas se juntaban, mirando atentamente a la hoja. Hugo entregó
el pedido y se puso con el siguiente cliente.
Con renovada energía, y sin saber
muy bien por qué lo hacía realmente, se apresuró a preparar los pedidos de los cuatro clientes que iban delante de ella. Al entregar la última taza, cogió otra, el rotulador y levantó
la mirada para ser recibido con una sonrisa.
—Hola—le dijo ella simplemente.
Hugo intentó ocultar la sorpresa
del saludo y la sonrisa, porque no solía pasar a menudo y porque la sonrisa era
de las más bonitas que había visto.
—Hola. ¿Qué va a tomar hoy?
—Oh claro. Un café latte, por
favor. ¿Podría ponerle nata?
Hugo se perdió en sus ojos
marrones claro y se impresionó al notar cómo parecían brillar con luz propia.
—Sí, pero costaría un suplemento.
La chica frunció el ceño y la
sonrisa se empequeñeció un poco. Aun así, no dejó de sonreír.
—Bueno, pues un café latte
normal, por favor.
Hugo asintió apuntando el pedido
en la taza y notó que su corazón latía ligeramente más rápido al preguntarle de
nuevo.
—¿Cuál es su nombre? —la chica
inclinó la cabeza, visiblemente confundida por la pregunta y Hugo interpretó
que era la primera vez que acudía a una cafetería así—Es necesario para llamarla cuando
tenga el café listo.
—Ah—sonrió tímidamente y se
recogió un mechón de pelo detrás de la oreja—. Grace.
—Bonito nombre.
Hugo lo apuntó con una sonrisa y
le dijo que enseguida estaría. Preparó el café con ganas que creía ya perdidas
desde hacía tiempo. Sentía la euforia del primer día de trabajo, la sensación
de que estás haciendo algo con tu vida, de tomar las riendas. De tener una
razón.
Observó cómo Grace curioseaba con
la mirada los dulces de la vitrina mientras esperaba y, cuando el café estuvo
listo, Hugo se acercó.
—Están de oferta. Compras uno y
te llevas dos.
Grace levantó la mirada y sus
ojos conectaron con los de Hugo directamente, llenos de curiosidad.
—Hoy me llevaré solo el café.
—Muy bien, pues aquí lo tienes.
Café latte normal—le sonrió Hugo, ofreciéndole la taza.
Grace tomó su bebida y le
devolvió la sonrisa, aún más grande. Le dio el dinero y dejó un poco en la
jarra de propinas, levantando una ceja. Cuando volvió a mirar a Hugo, el
camarero sintió sus latidos aún más rápidos.
—Gracias, Hugo—le dijo mirando la
placa con el nombre escrito.
—Gracias a ti—suspiró Hugo sin
poder evitarlo, lo que hizo que la sonrisa de Grace le llegara a los ojos.
—Nos vemos.
Grace le dedicó una despedida con
la mano y, tras mirar a Hugo un segundo más de lo normal, se dio la vuelta y
desapareció por la puerta de la cafetería con una elegancia natural. Hugo se
permitió unos segundos mirando a la puerta por donde había salido Grace y
sacudió la cabeza, sin ni siquiera intentar evitar la sonrisa en su cara.
Volvió a su trabajo, pesando en
si su reacción sería debido a la amabilidad de la chica o si precisamente esa
amabilidad y naturalidad eran las causas de que no abandonara su pensamiento.
Pero de algo sí estaba seguro: no podía esperar a volver a verla.
El lunes llegó como siempre:
demasiado pronto para todos. Eso se traducía en clientes aún más molestos y
bordes de lo normal. Hugo bostezó mientras presionaba un botón de la máquina de
café y parpadeó un par de veces para despejarse. Los lunes siempre costaban,
pero esta vez estaba deseando que llegara, esperando volver a ver a Grace.
Sin embargo, dieron las 10 y aún
no la había visto. A esa hora la cantidad de clientes se reducía
considerablemente, dejando más tiempo a los camareros entre pedido y pedido
para dedicarse a otras tareas como colocar tazas o limpiar la barra. Y
precisamente limpiando es lo que estaba haciendo Hugo cuando la puerta se abrió
y entró Grace corriendo. Al verla, dejó la tarea y fue a atenderla
inmediatamente.
—Hola—le volvió a saludar, con la
respiración agitada de la carrera, pero sin perder la sonrisa—. ¿Podrías darme
un café latte, por favor? Soy Grace.
Cómo olvidarme, pensó Hugo. Notó
que la chica iba con prisa por la manera en la que comprobaba la hora en el
reloj de su muñeca a intervalos de 10 segundos, de modo que asintió y se puso a
hacer el café. Mientras le ponía la tapa de plástico a la taza, volvió a la
barra.
—¿Mucha prisa? —intentó empezar
Hugo.
Grace asintió y resopló, haciendo
que un rebelde mechón de pelo que le caía sobre los ojos volara hacia arriba y
se volviera a colocar en el mismo sitio.
—Aún no me acostumbro a la
alarma—Tomó la taza que le ofrecía el camarero y buscó el dinero para pagar.
—Normal, nadie lo hace—rió Hugo—.
Cuidado con el café, está muy caliente.
—Gracias—le dijo Grace.
Se paró para dedicarle una
sonrisa y le dijo adiós con la mano antes de salir corriendo de la cafetería. Una vez más, Hugo se quedó mirando la puerta, aún
con la sonrisa en la cara, y al ir a coger la bayeta para seguir su tarea, vio
una libreta en la barra. La reconoció nada más verla. Era la que llevaba Grace
encima cuando la vio el viernes anterior. La cogió y suprimió la curiosidad de
abrirla, respetando su privacidad, y en su lugar la llevó a su taquilla para
guardarla. Si no era por el café, al menos volvería por la libreta.
Aunque Hugo estuvo esperándola
ese mismo día, no fue hasta la mañana siguiente pasadas las 9 y media cuando
vio a Grace entrar por la puerta. Iba más tranquila, sin la prisa del día
anterior, y Hugo le echó un vistazo al reloj antes de acercarse a la barra para
atenderla.
—Buenos días—saludó ella
alegremente.
—Buenos días. Hoy sin prisas,
¿eh? —le preguntó Hugo, cogiendo la taza y el rotulador para ocultar sus
nervios.
—Poco a poco—rió Grace
asintiendo. Luego juntó sus cejas y buscó con la mirada en la barra—No habrás
visto por aquí una libreta azul, ¿no?
—Ah, si. Ayer se te quedó aquí.
La tengo…Está guardada detrás—tartamudeó Hugo señalando con el bolígrafo la
puerta que daba hacia las taquillas.
Los ojos de Grace se iluminaron y
esbozó una sonrisa de alivio.
—Así que fue aquí donde se me
quedó. Menos mal, pensé que la había perdido.
—Enseguida te la traigo.
Antes de que Hugo se girara para
ir a buscarla, Grace ojeó la cafetería y se inclinó sobre la barra.
—Esperaré en aquella mesa—dijo
señalando a una mesa al lado de la ventana.
Hugo asintió y entró en el almacén
con las manos sudorosas. Antes de coger la libreta se las limpió en su delantal
verde y la miró con curiosidad. Parecía muy importante para ella y se
preguntaba qué contendría. Sacudiendo la cabeza, salió del almacén y se dirigió
a la mesa.
Se paró a su lado y carraspeó
para llamar su atención.
—Aquí tienes.
Grace cogió la libreta de sus
manos y suspiró visiblemente aliviada de tenerla de nuevo.
—Muchas gracias—Acarició la
portada y fue a abrirla pero se paró en el último momento y si giró hacia Hugo,
que aún seguía ahí—¿Puedo pedir un café?
Hugo pareció despertar de un
trance y, al darse cuenta de que seguía ahí de pie, se sonrojó.
—Sí claro. ¿Café latte?
Grace asintió con una sonrisa y él
se la devolvió. Hugo se apresuró a preparar la mejor taza de café latte, e
incluso le añadió un poco de nata. Miró a Grace y la vio inmersa en la libreta
de nuevo, mordiéndose el labio mientras fruncía el ceño.
De repente ella levantó la mirada
y encontró la de Hugo. Él intentó disimular levantando la taza y señalándola. No
estaba seguro de que hubiera funcionado, pero Grace sonrió igualmente y asintió.
Torpemente, Hugo se acercó a la
mesa y dejó la taza encima. Grace vio la nata y lo miró, preparada para decir
algo, pero él le interrumpió.
—Invita la casa.
Grace sonrió y se lo agradeció
con las mejillas ligeramente rojas.
—Oye, por casualidad no sabrás cuánta
distancia hay de aquí a ese edificio de allí, ¿no?—preguntó señalando el
edificio que estaba delante de la cafetería con el bolígrafo.
A Hugo le pareció una pregunta extraña, pero no iba a negar una oportunidad de conversación con ella, de modo que juntó las cejas e intentó calcular la distancia.
—No se, ¿puede que unos 3 metros ?
Grace miró por la ventana sin parecer
muy convencida y Hugo echó un vistazo a la libreta.
—¿Arquitectura?—preguntó él
señalando los dibujos de edificios que tenía.
Ella tapó rápidamente la libreta y
esbozó una sonrisa.
—Uh, sí. Es interesante.
Hugo asintió, pero antes de que
pudiera responder, un cliente entró en la cafetería y sabía que debía
atenderle, de modo que se disculpó y se apresuró a la barra, donde tomó el
pedido. Mientras preparaba el café, no podía evitar mirar a Grace y sonreír. La
verdad es que parecía todo un reto el misterio que la rodeaba. Puede que
estudiara arquitectura, o la admiraba por hobby. Sea como fuere, Hugo estaba
encantado de que se quedara ese día en la cafetería; de hecho, se quedó hasta
que ya era la hora de cerrar.
Cuando las agujas del reloj
señalaron las 9, Hugo ya había recogido todo, y solo quedaban él, dos
trabajadores más y Grace. Él se acercó y se paró a su lado.
—Hey.
Ella levantó la mirada y, después
de observar la cafetería vacía, cerró la libreta a toda prisa.
—Madre mía, ¿qué hora es ya?
Hugo se pasó la mano por el
cuello.
—Son las 9 y vamos a cerrar, por
eso…
—Sí claro, perdona—dijo Grace con
una sonrisa de disculpa. Recogió sus cosas rápidamente y se levantó de la silla—Estaba…avanzando
algunas cosas y no me di cuenta de la hora.
—No pasa nada—respondió Hugo
acompañándola a la puerta—Parece que has avanzado bastante.
Grace asintió y abrió la puerta.
—Muchísimo—dijo alegremente y se
despidió con la mano antes de alejarse por la acera.
Hugo se quedó mirando cómo se iba
y ni se molestó es esconder la sonrisa. No fue hasta que ella dobló la esquina
que él se dirigió a su casa con la sensación de que el día siguiente sería un
gran día.
Eran casi las 11 cuando Grace
apareció por la puerta, provocando que Hugo sonriera automáticamente. Ella dejó
la libreta en la barra y sonrió alegremente.
—¿Café latte?—preguntó él con la
taza ya en la mano.
Grace asintió.
—Y un dulce también, por favor. Sorpréndeme.
—Que aventurera—comentó Hugo
levantando una ceja, a lo que ella respondió encogiéndose de hombros con una sonrisa antes de
mirar por la ventana.
Hugo se giró para preparar el café
mientras repetía en su cabeza las palabras que había ensayado la noche
anterior. Ese era el momento de decirlo, tenía que hacerlo. Cogió el mejor
dulce que tenían en el mostrador, o al menos a su parecer, y se dirigió hacia Grace, quien estaba esperando apoyada en la barra. Sin embargo, nada más abrir la
boca, un fuerte golpe le interrumpió y la ventana de la cafetería estalló.
Todo se quedó en silencio durante
un segundo en el que tanto los trabajadores como los clientes se daban cuenta
de que había un hombre tirado en el suelo con un agujero en su cabeza. Inmediatamente
se armó el caos; varias personas se tiraron al suelo temiendo otro disparo
mientras otras gritaban que llamaran a la policía. Hugo, al contrario que
ellos, seguía de pie observando la sangre que emanaba de la cabeza de aquel
hombre en shock, aún con la taza y el dulce en las manos, y no fue hasta que
Grace le tiró de la camiseta cuando por fin despertó del trance y se tiró al
suelo.
Una hora después, Hugo se encontró
sentado en la parte trasera de una ambulancia con una manta en los hombros a
pesar de ser un día soleado. Varios policías de uniforme caminaban de aquí a
allá, haciendo preguntas a testigos, controlando a los curiosos y estudiando la
escena de la cafetería. A su lado Grace le ofrecía una botella de agua.
—Hey, ¿estás bien?
Hugo asintió de manera poco
convincente y aceptó la botella, aunque la dejó a su lado sin abrir. Grace se
sentó y le dio la libreta azul que siempre llevaba encima antes de levantarle
la cabeza a Hugo para que le mirara.
—Escucha, siento haberte metido
en esto. No era mi intención.
Hugo frunció el seño.
—¿Meterme en qué?
Ella solo sonrió y se levantó.
—Nos vemos, Hugo.
Él la vio alejarse de la
ambulancia, pasando desapercibida entre los policías y colándose entre los
curiosos que se habían congregado alrededor de la cinta policial hasta
desaparecer. De repente se dio cuenta de que aún tenía la libreta en sus manos
y sin pensarlo la abrió.
—Pero qué…
Allí estaba todo: planos del
edificio que estaba enfrente de la cafetería, notas sobre las costumbres de algunos
clientes, tipos de armas y balas, estudios de trayectoria, nombres de máquinas
que, según las notas, dispararían el arma en la hora programada por el usuario.
Un sin fin de datos sobre cómo cometer un asesinato. Específicamente el
asesinato que acababa de tener lugar en la cafetería.
Levantó la mirada en un intento
de encontrar a Grace entre la multitud pero era imposible; había desaparecido. Cerró
la libreta y se quedó mirando la nada, recordando la semana que había pasado,
intentando buscar una respuesta que no fuera que Grace había cometido ese
asesinato y que parecía bastante profesional en ello, pero lo único que
encontraba eran piezas que encajaban y llevaban hacia esa conclusión.
Hugo se pasó la mano por el pelo
y resopló. Definitivamente el día no estaba yendo como esperaba.
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