miércoles, 18 de mayo de 2016

Brains.

   “Nunca pensé que me vería en esta situación: debajo de la mesa, aguantando la respiración mientras el silencio de la clase se llena con el sonido irregular de golpes en la puerta y gruñidos. Pensé que nunca llegaría este momento.
   Tomé aire y acepté que tenía que hacer uso de las habilidades que tenía. Era hora de revelar lo que era: lo mismo que la bestia al otro lado de la puerta.”

   Cuando salió la noticia del contagio, nadie se lo tomó en serio. Hacían bromas por los pasillos del instituto y se reían de aquellos que lo creían. Total, habían salido ya muchas noticias falsas, ¿por qué creer esta?
   Natasha sí lo creía, y tenía razones para ello. Ella era una de las contagiadas. Lo mantenía en secreto controlando la adrenalina y comiendo comida normal aunque no lo necesitaba. En su lugar, tenía un condimento secreto cortesía de su madre enfermera: cerebros.
   Desde hacía un año, Natasha llevaba en secreto el ser un zombie, lo cual era fácil mientras comiera cerebros de vez en cuando. Siempre pensó que aquellos que también estaban como ella sabrían controlarse y no llegarían a lo que sale en televisión. No eran bestias, sólo tenían otra manera de vivir.

   El lunes 24 empezaba como cualquier otro día, y Natasha llegó al instituto bostezando como de costumbre; estar medio muerta no significaba que no necesitara dormir. Se reunió con los demás del grupo y hablaron un poco en lo que llegaba el profesor.
   —¿Vieron lo que pasó el otro día en el centro? Al parecer un “zombie” se volvió loco en mitad de la calle—dijo Peter.
   —Si, “zombie” —contestó Marcos enfatizando las comillas con los dedos—. Y lo próximo va a ser drácula, no te fastidia.
   —No se, es un poco raro. No serán zombies pero al menos un virus si que hay suelto.
   Marcos puso los ojos en blanco y suspiró.
   —No seas paranoica Diana. Eso es una droga o algo que le dan a la gente y ya está.
   —Bueno, —se aventuró Natasha— si de verdad es un virus zombie, no creo que les afecte a todos por igual, ¿no? Digo yo que no todos serán así.
   —En cualquier caso, —interrumpió Marcos—si fueran zombies no te preocupes. Yo sé cómo actuar en esos casos. He visto todas las pelis y series que hay de zombies así que te puedo proteger.
   Natasha se giró hacia su mesa y sacó la carpeta, aguantándose para no darle a Marcos con ella en la cara. No sabía ni siquiera qué hacía en su grupo, a nadie le caía bien y nadie le había invitado a sentarse con ellos. Simplemente un día se sentó y se autoproclamó rey del mambo. Por suerte, el profesor empezó a explicar en ese momento, haciendo que el tema se dejara en el aire.
   No fue hasta una hora después cuando oyeron golpes. De los pasillos se oía gente corriendo y gritando, buscando ayuda. Rápidamente el profesor salió de la clase para saber qué estaba pasando, pero tras unos minutos, Natasha y sus amigos lo escucharon gritar hasta que de repente su voz se apagó.
   No había pasado ni un minuto cuando Marcos se levantó.
   —Tranquilos, no pasa nada. Voy a mirar que pasa.
   Aún se oían gritos, pero cada vez se hacían más lejanos. Los gruñidos sin embargo, cada vez estaban más cerca. Marcos cogió el pomo de la puerta y miró hacia atrás, sacando pecho delante de todos.
   Al abrir la puerta toda la valentía que tenía desapareció.
   Delante de él había un grupo de personas, o de algo que en algún momento habían sido personas pero ya no lo eran. Les colgaba piel de las mejillas, tenían los ojos teñidos de un rojo oscuro y se les marcaban las venas en la cara. Emitían una especie de gruñidos y se movían de una manera extraña, intentando alcanzar a Marcos, quien inmediatamente cerró la puerta. Se giró y, pálido como la nieve, balbuceó:
   —Eran…..eran….
   —¡Zombies! —acabó Diana.
   Todos saltaron de sus sillas y empezaron a gritar, sin saber muy bien qué hacer. No podían salir por la puerta y saltar por la ventana no era una opción desde un tercer piso.
   Mientras todos entraban en pánico, Natasha estaba sentada, aún absorbiendo la información. Al otro lado de la puerta había una horda de zombies hambrientos de cerebros, al igual que ella pero mucho más salvaje. Había deseado miles de veces que no ocurriera esto y sin embargo allí estaba, en medio de sus compañeros de clase que no paraban de correr y llorar. A Natasha casi le entró la risa ante la situación: gente que se reía de los que creían en el virus Z, ahora lloraba llamando a sus padres. Incluido Marcos.
   De repente, Diana empezó a decirles a todos que se alejaran de la puerta y se escondieran debajo de las mesas.
   —¿De qué va a servir eso? No podemos escapar de todas maneras—soltó Marcos.
   —¿Acaso se te ocurre alguna otra idea, señor lo-se-todo-sobre-zombies? —le espetó ella.
   Ante esta respuesta, todos obedecieron a Diana y se agacharon para sentarse en el suelo. Natasha se sentó al lado de Diana y le dio un apretón en el hombro.
   —Algo me dice que estás a punto de lanzarle a los zombies para que le coman el cerebro.
   —Como si tuviera alguno.
   Un golpe fuerte en la puerta interrumpió todos los gritos y sollozos, y tanto Natasha como sus compañeros aguantaron la respiración. Sonó otro golpe y las bisagras de la puerta temblaron. No harían falta muchos más golpes para echar la puerta abajo y que todos murieran a manos de los zombies.
   Natasha cogió aire y decidió que tenía que actuar. Se había prometido no ceder nunca a la adrenalina, pero nunca pensó que llegaría a esta situación, de modo que se levantó y se dirigió a la puerta.
   —Quédense ahí—ordenó.
   —¡Nat espera! ¿Estás loca? —saltó Diana siguiéndola.
   Cuando Natasha de dio la vuelta, Diana vio los ojos rojos oscuro de su amiga, y las venas marcadas en su piel pálida.
   —Hazme caso Diana, quédense donde están hasta que yo vuelva.
   Natasha podía sentir la fuerza invadiéndola, su sed de sangre; sentía poder corriendo por sus venas. Tocó una vez la puerta y los golpes al otro lado pararon. Ella aprovechó ese momento para abrir la puerta de golpe y golpear al primer zombie. Lo último que vieron sus compañeros antes de que la puerta se cerrara fue un zombie yendo a por ella.
   Escucharon más gruñidos en el pasillo, golpes y gritos de Natasha durante un buen rato. De repente se hizo el silencio y no sabían qué hacer. Diana no sabía qué pensar. Su amiga se había transformado de un segundo a otro en uno de ellos, pero seguía luchando por su vida y la de ellos.
La puerta crujió y Natasha entró en la clase. Manchas de sangre le cubrían la ropa y la piel, pero no tenía ningún arañazo visible. Sus ojos pasaron del rojo sangre a su característico tono marrón. Por instinto, Diana se levantó y corrió hacia ella.
   —¿Estás bien?
   Natasha asintió y miró a su amiga, avergonzada de haberle mostrado cómo era en realidad. Diana sacudió con la cabeza levemente y sonrió.
   —Vamos, —dijo Natasha—por ahora no hay nadie y podemos bajar.
   Todos empezaron a salir de debajo de las mesas y salieron al pasillo, encontrándose partes de zombies en el suelo lleno de sangre. Cuando salió Marcos, se giró hacia Natasha y exclamó:
   —¿Pero qué demonios eres?
   —¿Quieres salir de aquí con vida o no?— replicó Natasha.
   Fastidiado, Marcos echó una última mirada a Natasha y se giró para seguir a los demás. Las dos se aseguraron de que no quedaba nadie más en la clase y corrienron para seguir al grupo.
   —Vaya desastre hiciste ahí atrás.
   Natasha sonrió y se encogió de hombros sin saber qué decir.
   —Va, que tú tienes que ir delante. Si no, no salimos vivos de aquí.
   Al alcanzar al grupo, vieron otro grupo de zombies en la salida. Natasha se abrió paso entre la gente junto a Diana y se pusieron al frente. Diana cogió una barra de metal del suelo y miró a Natasha. Ésta asintió y sus ojos se tiñeron de rojo de nuevo, preparada para luchar por su vida.

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