miércoles, 6 de abril de 2016

9:15 (pt.I)

Fue un miércoles cuando empezó todo.
El bus de las 9:15 llegó puntual, como cada día. Me senté en el primer asiento libre que vi sin levantar la vista del móvil. Era un día caluroso; a pesar del aire acondicionado, se oía el aleteo de los abanicos improvisados con papel.
Aún quedaban 4 paradas para llegar a mi destino cuando un chico se tropezó al entrar en el bus. Llevaba gafas redondas, un poco raras para la época en la que estamos, y se le bajaron hasta la punta de la nariz. Con una sonrisa de disculpa a la mujer que iba delante de él, se las colocó e hizo una mueca con la nariz.
Rara vez levanto la mirada del móvil, pero le seguí con la mirada hasta que se sentó en el asiento de en frente. Observé hipnotizado cómo sacaba una libreta de un maletín beige y estudiaba atentamente una letra bastante irregular. Estaba tan distraído por el mechón de pelo negro como el carbón que le caía en los ojos una y otra vez, que olvidé por completo mi parada.
Ese miércoles llegué tarde al trabajo.

Día 7.
9:15. Puntual. Desde hace una semana me siento siempre en el mismo sitio, al lado de la ventana. Intento olvidar los nervios que aumentan cada vez que el bus avanza una parada. Sin éxito; no sé si serán mariposas lo que tiene mi estómago, pero desde luego lo siento como si así fuera. Por la ventana veo el maletín color beige y las malditas mariposas no paran. No aparto la vista de la ventana, pero de reojo veo como toma el mismo asiento donde se ha sentado toda la semana delante de mi.
Esta vez, parece seguirme la mirada y se queda observando a través del cristal un rato. De repente aprieta la mandíbula y vuelve a sacar la libreta de siempre. Nunca alcanzo a ver que lee con tanta avidez, pero parece que le interesa bastante.
Esta vez me bajo en mi parada.

Día 9.
Al igual que ayer, llega a la parada y no se sube nadie. El bus pasa de largo y no veo ningún maletín beige. Puede que solo fuera temporal.

Día 12.
Lunes. 9:15 y ganas de dormir. Miro sin entusiasmo por la ventana sin darme cuenta de que alguien se sienta delante de mí. No va solo, un chico alto le acompaña y hablan durante todo el camino, sin siquiera abrir el maletín beige. Hablan sobre una chica cuyo nombre no pillo entre el bullicio del bus. De vez en cuando se ríe y le pone la mano al otro chico en el brazo; les rodea una complicidad que solo puede haber sido fruto de años juntos.
De repente me doy cuenta de que no se nada de él, sólo que coge el mismo bus que yo y que parece tener solo un maletín. No sé en qué estoy pensando.
Al levantarme del asiento, mis ojos se cruzan con los de su amigo un segundo, antes de salir corriendo del bus.

Día 16.
No más amigos el resto de la semana. Ha vuelto a su libreta, e incluso se ha aventurado a coger un bolígrafo y a hacer algunas anotaciones. De vez en cuando hace la mueca con la nariz para colocarse las gafas, y se aparta el pelo de los ojos con el bolígrafo. Intento no mirarlo, pero no puedo resistirme.
Me vuelvo a pasar la parada y salgo corriendo hacia el trabajo para no llegar tarde.

Día 28.
Va a hacer un mes y hemos caído en una rutina casi ensayada. Siempre me siento en el mismo sitio, y espero con ganas a llegar a su parada. Él se sienta delante de mí, e incluso me sonríe a veces a modo de saludo. Creo que lo he pillado varias veces mirándome pero no sé si solo veo lo que me gustaría ver.

Día 37.
Definitivamente creo que lo he pillado un par de veces mirándome. Cada mañana me levanto con ganas de llegar al trabajo, sólo por el trayecto. Elijo con esmero la ropa de cada día, aunque solo lo haga para apenas 20 minutos.
De alguna manera me tranquiliza ver ese maletín beige. Aunque sea horrible.

Día 43.
El otoño ya ha llegado y vaya manera de hacerlo. La lluvia casi no deja ver la calle desde el interior del bus, pero aun así intento vislumbrarle en la parada antes de llegar.
Lleva el pelo mojado, por la lluvia supongo, y las gotas le caen sobre los hombros de la chaqueta también mojada. Al sentarse resopla y se quita las gafas para limpiar los cristales empañados. Hoy mira por la ventana todo el camino, y por la expresión de sus ojos diría que disfruta de la lluvia.
Verlo así casi hace que de repente me guste la lluvia también.

Día 54.
El bus va abarrotado de gente. Tanto mi asiento como el de él están ocupados cuando llego, y no me queda otra que quedarme de pie con fastidio. No alcanzo a ver por la ventana, de modo que intento distraerme pensando en otras cosas esperando a llegar.
Al subir, mira los asientos y los ve ocupados. Mira alrededor suya y sus ojos se encuentran con los míos; por un segundo me parece que está igual de fastidiado que yo. Se abre un hueco entre la gente hasta pararse cerca de mí y se agarra de la barra por encima de su cabeza. Me llega un olor a colonia dulce y mi cabeza da vueltas.

Día 60.
Su asiento está ocupado. Espero con impaciencia a que la mujer se baje antes de que él llegue pero no sucede. Sin embargo, más adelante agradecería que no lo hiciera.
Al ver el asiento ocupado, duda un momento, pero finalmente se sienta a mi lado. Mis nervios se disparan, y se duplican cuando él sonríe al sentarse. Saca su pequeña libreta y veo cómo busca en el maletín y en sus bolsillos. De repente, se gira hacia mí y me pregunta si tengo un bolígrafo que le pueda prestar.
Tardo unos segundos en procesar su pregunta y me quedo mirándolo, hasta que me doy cuenta de que tengo que responder y, sin pensar, le doy el bolígrafo que tengo en el bolsillo de la camisa. Él me da las gracias con una sonrisa y se pone a escribir.
Aún con el corazón a mil, veo que llega mi parada, y me levanto para salir. Estoy tan nervioso que no oigo cómo me llama para devolverme el bolígrafo.

Día 61.
Esta vez se sienta delante. Nada más hacerlo, saca el bolígrafo del maletín y me lo da.

—Ayer lo olvidaste—dice—Me llamo Hugo.

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