miércoles, 4 de noviembre de 2015

Incantatem crono nemicon finite.

La luz del sol se abre paso por la gran cristalera de la habitación; gruñendo y con un giro de muñeca, se cierran las cortinas y sonrío placenteramente ante la oscuridad. No dura mucho, ya que a los pocos segundos, vuelvo a notar la luz en mis párpados.
–Despierta ya, ni que fueras un vampiro –dice Grace al otro lado de la habitación–. ¡Que hoy es Halloween! ¿Cómo puedes dormir en un día así?
Abro un ojo y la veo sentada con las piernas cruzadas en su cama, rodeada de libros que parecían tener más de un siglo de antigüedad. Mechones de pelo castaño bailaban frente a sus ojos con cada movimiento, cada vez que cambiaba de un libro a otro enérgicamente. Me giro y me pongo la almohada en la cabeza para evitar la luz de nuevo.
–Precisamente. Hoy nos merecemos más descanso aún. Ya están los mortales para hacer de brujos y brujas, ¿no?
–Siempre tan alegre, ¿eh? –me replica, y yo le tiro la almohada, que cae sobre uno de los libros– Oye, cuidado. Joan me lo dejó a cargo con la condición de devolverlo intacto, y no fue nada fácil convencerla.
Por fin, en contra de las quejas de mi cuerpo, me estiro en la cama y me incorporo. Mis pies desnudos rozan el suelo y noto el frío otoñal que ya empieza a reinar en la ciudad, de modo que hago que me aparezcan unos calcetines. Esbozo una sonrisa de satisfacción al notar de nuevo el calor.
–¿Y qué pretendes con tanto libro? Si Joan nos dio la semana libre.
–Esta noche es la mejor noche del año para nosotras. ¡Tengo que aprovecharla! –Exclama Grace como si fuera la cosa más obvia del mundo.
–¿Aprovecharla cómo? ¿Invocando al Diablo? –le digo riéndome entre dientes–. Que seamos brujas no significa que tengamos que hacer rituales. Eso es muy Salem de 1961.
–Que tú utilices la magia sólo para hacerte la vida más fácil no significa que sea eso lo único que se puede hacer.
Justo en ese momento, aireo la mano y mi pelo negro como el alquitrán se recogió en una coleta alta. Grace me ve y pone los ojos en blanco, volviendo a su trabajo. Me levanto y me dirijo hacia la puerta.
–Ya que se me ha dotado de este don, para qué desaprovecharlo sacrificando vírgenes –Me paro en la puerta y me giro para mirarla–. Aunque ahora que lo dices, no es mala idea.
Cierro la puerta detrás de mi justo cuando me lanza la almohada, que golpea la madera.

Desde la ventana de la cocina veo los adornos de fantasmas y murciélagos colgando de las farolas, meciéndose con el viento, acompañados de las hojas marrones de Octubre. Le doy un empujoncito de magia a la cafetera para que se de prisa y me sirvo el café en mi taza favorita. La rodeo con las manos y dejo que el calor me las envuelva, cerrando los ojos para disfrutar la calma que reina tan pronto en la casa; ventajas de que la instructora Joan se vaya de vacaciones en estas fiestas. Sin embargo, se ve que es la calma antes de la tormenta: el timbre de la casa interrumpe la paz.
–¡Truco o trato! –exclaman varias voces agudas.
Abro la puerta y me encuentro con una pequeña bombera, una bruja, un espantapájaros y un pequeñísimo Eduardo Manostijeras en brazos de un hombre con un gorro de vaquero. Una visión indescriptible.
–Veamos personitas, –les digo agachándome para estar a su altura– ¿y si no tengo golosinas?
Sus enanitos rasgos se vuelven tristes y uno de ellos, el valiente, habla por todos.
–¡Pues te toca el truco!– Me dice sosteniendo un rollo de papel.
–Vale pequeños vándalos –digo enderezándome. Tras la puerta hago aparecer un gran bol de golosinas y lo pongo delante de ellos–. Atacad.
Cuando cierro la puerta, dejo el bol junto a la puerta en caso de que vuelvan otros niños y me doy la vuelta. Grace me mira desde el pie de las escaleras y levanta una ceja.
–Pero si Sarah tiene corazón y todo. Quién lo diría.
–Déjame el sarcasmo para mí, ¿quieres? No te pega –le digo al pasar a su lado para ir hacia nuestra habitación.

El espejo me devuelve mi reflejo, pero no me convence. El vestido rojo es demasiado llamativo y poco apropiado para la ocasión. Me vuelvo a cambiar con un chasqueo de dedos por tercera vez, ahora al vestido negro que me había probado el primero.
–Mmm, los clásicos nunca mueren.
Una vez decidida, me peino y me maquillo en un segundo y le echo una mirada al reloj: 2 horas tarde. Justo como pretendía. En el salón veo a Grace sentada en un sillón, con varias velas a su alrededor.
–¿Qué demonios haces? –le pregunto más como rutina que por curiosidad. Ella se da la vuelta y me da la espalda.
–Qué más te da.
Me quedo mirándola un momento y ladeo la cabeza. Por un segundo me preocupo por ella, pero enseguida sacudo la cabeza y me encojo de hombros.
–Como quieras, pero no quemes la casa. Quiero tener la cama en perfecto estado cuando vuelva.
Grace sólo levanta la mano y no me contesta más, de modo que tras una mirada, me giro y salgo de la casa.

La verdad es que la noche de Halloween sí que tiene algo de especial. Me siento poderosa al caminar entre el resto de mortales, varios disfrazados de criaturas que nunca llegarían a saber que en realidad existen, exagerándolas. Y embelleciéndolas. ¿Desde cuando un vampiro lleva el pelo hacia arriba y chaquetón gris? A estas horas se ven más adultos en las calles vestidos de muchas maneras y dirigiéndose a la fiesta elegida, pero aún se ven algunos niños correteando de casa en casa, agotando las reservas de golosinas de toda la ciudad.
Cuando por fin llego a la fiesta, está en su apogeo. La música se oye a varias manzanas de la casa en la que se celebra y las luces que cambian de color se reflejan en las casas vecinas. En la parte delantera se ven tumbas, telarañas y mucha sangre entre otros adornos y no puedo evitar poner los ojos en blanco ante la simplicidad de los humanos. A un lado de la casa, entre la multitud que hay por fuera, alcanzo a ver al chico que me invitó a la fiesta, vestido de jugador de fútbol zombie. La originalidad brilla por su ausencia.
–Hola preciosa, ¿de qué vas vestida?
–Voy de bruja. ¿Acaso no es evidente? –le respondo esquivando el brazo que intentaba pasarme por la cintura. Chicos, te invitan a una fiesta y ya se piensan que quieres algo con ellos.
–Yo le añadiría un gorro de punta y una escoba para ser una bruja. ¡Los accesorios perfectos! Pero así vas de bruja sexy –me grita sobre la música.
Intento con todas mis fuerzas no poner los ojos en blanco. Sin embargo, me resulta imposible ante tanta estupidez. Le dedico una mueca que él cree que es una sonrisa y le señalo la casa.
–Voy a buscar una bebida.
Él levanta los pulgares y desaparece de nuevo entre la multitud, para mi alivio. Ya dentro, la música se oye aún más fuerte, y la gente está mucho más lanzada. Tengo que esquivar a un chico y una chica que intentaban babearme para llegar al fin a la cocina. Justo cuando iba a darle un toque mágico a mi bebida, noto que me suena el móvil, retocado para que lo pueda oír incluso en sitios con mucho ruido. Abro el mensaje, que veo que es de Grace, y sólo contiene una palabra.
Ayuda.
Salgo corriendo de la casa, pero pronto me doy cuenta de que no voy a llegar muy lejos en tacones y abro el coche más cercano. Joan no nos habrá enseñado a teletransportarnos aún, pero para abrir coches no se necesita mucha habilidad. Prometo sólo tomarlo prestado y salgo a toda velocidad hacia la casa. Al llegar, compruebo que al menos no está en llamas. Sin embargo, hubiera preferido un simple incendio.
Por las ventanas se desprende una luz potente roja, y las ventanas del segundo piso están estalladas. Entro corriendo y nada más llegar al salón veo a Grace flotando en el aire con la cabeza hacia atrás y los ojos en blanco. La luz roja proviene de su pecho, y en el suelo las velas están apagadas pero hay un charco de sangre.
–Maldita sea, te dije que nada de invocaciones.
Me acerco a ella pero una fuerza invisible me empuja hacia atrás, lanzándome contra la barandilla de las escaleras, que se me clavan en la espalda. Mientras recupero el aliento, me tomo un momento para pensar con racionalidad. No puedo acercarme a ella, la luz sigue creciendo y está empezando a convulsionar. Pinta mal.
De repente recuerdo el libro de esta mañana, el que le prestó Joan, y lo veo a un lado del sofá del salón. Me acerco lo más que puedo sin que el campo de fuerza me haga volar de nuevo y cierro los ojos, concentrando todo mi poder. En un segundo, el libro aterriza a mis pies y busco fugazmente la página que le vi ojeando esta mañana. Como recordaba, hay una imagen de una mujer en la misma posición que Grace, con la luz saliendo de su pecho, pero en el caso del dibujo la luz es azul. Mis ojos registran las palabras rápidamente, en busca de una solución, mientras delante de mi Grace emite un quejido.
–Aguanta, solo un poco más –susurro, esperando que me pueda oír.
El libro, al ser tan antiguo, tiene muchas letras borradas y me cuesta encontrar lo que busco pero al fin doy con la solución. Hago aparecer un bol con agua caliente y un bote de poción de ala de ángel, vierto el líquido en el agua y meto las manos hasta sumergirlas. A continuación, las levanto señalando a Grace y leo las palabras escritas en algún idioma que no conozco. Espero pronunciarlo correctamente.
–Incantatem crono nemicon finite.
Grace se desploma en el suelo a la vez que la luz desaparece y me apresuro a cogerla entre mis brazos para evitar que se golpee en la cabeza. Emite otro quejido, pero tarda en volver en sí. Me quedo con ella hasta que lo hace, y por fin abre los ojos.
–Sarah, no-
–Calla, que para una cosa que te digo que no hagas, vas y sacrificas a una virgen.
Ella se incorpora y ladea la cabeza.
–Pero si es mi sangre –me dice, pero se da cuenta de lo que pretendo decir al ver mi sonrisa–. Imbécil.
–¿Qué pensabas hacer con esto acaso? ¿Estás loca? –le pregunto, sentada delante de ella, pero sacudo las manos–. Mira, mejor ni me lo cuentes. Pero ni se te ocurra volver a hacerlo, y menos sola, ¿vale?
–¿Acaso noto un tono de preocupación en tus palabras? –me dice más con curiosidad que con maldad. Yo levanto las cejas y ella lo pilla–. Entendido, nada de invocaciones. De verdad.
Asiento y apoyo la cabeza en el sofá.
–Cuando Joan se entere nos mata. Te odio.
Grace se levanta y me ofrece una mano.
–Lo sé. Ahora deja de quejarte y ayúdame, que aún podemos llegar a tiempo de tenerlo todo listo antes de que llegue.
Acepto su mano y me pongo en pie, mirando a nuestro alrededor y viendo el desastre que reina en la casa.
–Menos mal que tenemos la magia de nuestro lado.






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