lunes, 9 de noviembre de 2015

Láser.

   Ya no podía controlar los nervios ni un segundo más.

   Llevaba más de 10 minutos esperando en aquella mesa diminuta, rodeada de gente que se tomaba el café de media tarde en la cafetería. Mi primer error fue abrir aquel sobre que me había encontrado en mi cama. El segundo error fue hacerle caso a la petición anónima de acudir a esta cafetería y preguntar por el señor Sobre. Era una tontería, solo con leer el apellido de este supuesto hombre se sabía, pero la curiosidad me había perseguido durante toda la mañana mientras trabajaba.
   De modo que aquí estoy, tras haber preguntado dentro de la cafetería por mi misteriosa cita, y esperando a que ocurra algo. Espero otros 10 minutos sin que nada ocurra, y cuando por fin decido a rendirme e irme a mi apartamento, una camarera se acerca y me da un sobre junto a la cuenta. Dejo el dinero y me apresuro a abrir el pequeño envoltorio.
  La paciencia es una gran virtud. Reúnete conmigo en el parque central, junto al árbol rosa.
  ¿Árbol rosa? No recuerdo ningún árbol rosa. Aun así, me encamino hacia dicho parque, ignorando el sentimiento de adrenalina que me recorre, entre miedo y expectación, deseando saber qué me espera.

   No tardo en llegar al parque, ya que se sitúa unas calles más abajo, e incluso antes de entrar, no tardo en localizar el árbol rosa. Se trata de un manzano, adornado de un rosa característico de sus flores, imperante en mitad del parque. Observo los alrededores del árbol, buscando sin saber muy bien el qué, esperando encontrar a alguien que, como yo, escanee el parque con los ojos, buscándome.
   A medida que me acerco al árbol, noto ese nudo en el estómago, con incertidumbre ante lo que va a pasar. Me pregunto si me hará esperar de nuevo, y deseo que no lo haga y que revele qué está pasando. Recuerdo todas esas veces que nos advierten sobre quedar con desconocidos que se conocen en la red, o simplemente con alguien que no sabe qué quiere de ti, pero trago saliva y sigo caminando, sacudiendo la cabeza para sacar esa ideas de mi mente. Seguro que es alguno de mis amigos haciendo el tonto, me digo a mi misma. Cuando estoy a unos metros del árbol, alcanzo a ver algo blanco encajado en un agujero del tronco, moviéndose al viento como si quisiera escapar de su agarre. Al llegar, me apoyé en el árbol, observando mi alrededor, sin poder evitar de vez en cuando echarle una mirada al sobre. No tardo mucho en ceder a la curiosidad y, por fin, agarro el sobre en mis manos. Vuelvo a comprobar que no hay nadie cerca y respiro hondo.
  Levanto la tapa del sobre y al rozar el papel, me corto y una pequeña gota de sangre cae sobre el blanco impoluto, extendiéndose como si de tinta de tratase. Una vez el corte ya no es importante, miro dentro del sobre y me quedo atónita.
El sobre estaba vacío.

De repente, veo un punto rojo que atraviesa el sobre. No es mi sangre, tiene un aspecto brillante, casi electrónico. Se queda inmóvil y cuando me quedo mirándolo, parece notarlo y se mueve hasta aterrizar en mi pecho. Levanto la mirada y por fin entiendo qué está sucediendo, pero no me da tiempo de hacer nada antes de oír un fuerte sonido seco.

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