El susurro de Diego se propagó
por la biblioteca vacía como el siseo de una serpiente. La luz que mantenía en
alto para vigilar se tambaleó e hizo que me sumiera en la oscuridad de la
noche.
–Sujeta bien la varita, me estás
quitando la luz –le susurré yo.
–Me dijiste que no tardaríamos
ni 10 minutos –replicó él en voz baja–. Yo podría estar ahora en la cama con la
manta y no aquí pasando frío.
–Espera un poco más. Estoy
seguro de que estaba por aquí…–Ojeé la estantería hasta que dí con la cubierta
verde oscura que estaba buscando–. Aquí está. Te lo dije.
Abrí el libro y se levantó una
capa de polvo, que tuve que disipar rápidamente con la mano antes de ponerme a
buscar en el índice. La luz se volvió más intensa a mi lado y noté a Diego
leyendo por encima de mi cabeza. Transformación: página 47. Esta vez contuve la
respiración al mover las páginas del libro para evitar que el polvo se me
metiera en la nariz.
–Tío, esos ingredientes son
imposibles de encontrar. ¿Dónde demonios vamos a conseguir astillas de cuerno
de unicornio?
Memoricé la lista de
ingredientes con su preparación y cerré el libro, para después colocarlo en su
sitio. Me giré hacia Diego; la luz procedente de su varita le concedía un aire
misterioso.
–Tranquilo, la Profesora Pepper
tiene de todo en su taquilla –le dije con una sonrisa antes de apagar la luz.
Un fuerte olor a quemado
mezclado con el de metal impregnaba nuestras fosas nasales en nuestra pequeña
habitación. Entre las dos camas estaba el caldero, cuyo contenido lo revolvía
cada 2 minutos como decía la receta. Diego estaba encima de la cama, jugando
con el bote de cristal que contenía el último y decisivo ingrediente.
–Como tires las astillas, te
meto a ti en el caldero –le advertí, apartándome mi pelo rubio de los ojos; ya
era hora de un corte.
–En vez del pelo de melena de
león, podríamos haber metido un mechón de tu pelo –me contestó él
incorporándose en la cama–. ¿Lo pillas? Porque te llamas Leo y tienes mucho
pelo.
Diego se empezó a reír y se
volvió a tirar en la cama, sujetándose la barriga de la risa.
–Si es por ti, no recupero mi
varita nunca –murmuré quitándole el bote de cristal para echar las astillas de
cuerno de unicornio al caldero.
–Siempre podrías ser sincero y
decirle la verdad a los profesores: que eres un torpe y se te volvió a perder
la varita.
Un humo entre amarillo y verde
salió del caldero, indicando que la poción de transformación estaba lista. Me
estiré para coger el lápiz de mi mesilla de noche y lo observé por un momento
antes de arrojarlo al caldero.
El líquido empezó a hervir,
provocando que aparecieran pequeñas burbujas en la superficie, y pasó de
amarillo a marrón y de nuevo a amarillo. Diego y yo contuvimos la respiración
mirando con atención al interior del caldero. Tras unos largos segundos,
comenzó a surgir el lápiz del líquido viscoso, y se quedó en el aire para que
yo lo cogiera.
Estiré la mano lentamente hasta
rodearlo y, por fin, agarrarlo. Inmediatamente me pareció sentir el poder en su
interior, la magia que poseía, y suspiré con alivio.
–Pruébalo –me dijo Diego en voz
baja, casi con miedo a romper la tensión del momento.
Elevé el lápiz, apuntando a la
lámpara más cercana y pensé en hacerla levitar, cosa que hizo al segundo de
pasárseme por la cabeza. Abrí los ojos con sorpresa y abrí la boca, mirando a
mi amigo, quien tenía la misma expresión en la cara. Sentía una emoción que no
podía explicar, y sin pensarlo me empecé a reír sin parar a la vez que Diego.
–Si no lo veo, no lo creo –dijo
entre carcajadas–. Era una poción de nivel avanzado, y nosotros, alumnos de
segundo, lo conseguimos. Lo cuento y no se cree.
–Que pena que no podamos
contarlo, tío.
–Algún día, cuando escriban un
libro sobre nuestras hazañas de magos invencibles, saldrá a la luz y la
profesora de pociones se arrepentirá de habernos suspendido este año.
Sacudí la cabeza ante los aires
de grandeza de Diego y no pude evitar soltar unas carcajadas más.
–Claro que sí, amigo. Claro que
sí.
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