lunes, 9 de noviembre de 2015

El lápiz mágico.


–Venga ya, Leo.
El susurro de Diego se propagó por la biblioteca vacía como el siseo de una serpiente. La luz que mantenía en alto para vigilar se tambaleó e hizo que me sumiera en la oscuridad de la noche.
–Sujeta bien la varita, me estás quitando la luz –le susurré yo.
–Me dijiste que no tardaríamos ni 10 minutos –replicó él en voz baja–. Yo podría estar ahora en la cama con la manta y no aquí pasando frío.
–Espera un poco más. Estoy seguro de que estaba por aquí…–Ojeé la estantería hasta que dí con la cubierta verde oscura que estaba buscando–. Aquí está. Te lo dije.
Abrí el libro y se levantó una capa de polvo, que tuve que disipar rápidamente con la mano antes de ponerme a buscar en el índice. La luz se volvió más intensa a mi lado y noté a Diego leyendo por encima de mi cabeza. Transformación: página 47. Esta vez contuve la respiración al mover las páginas del libro para evitar que el polvo se me metiera en la nariz.
–Tío, esos ingredientes son imposibles de encontrar. ¿Dónde demonios vamos a conseguir astillas de cuerno de unicornio?
Memoricé la lista de ingredientes con su preparación y cerré el libro, para después colocarlo en su sitio. Me giré hacia Diego; la luz procedente de su varita le concedía un aire misterioso.
–Tranquilo, la Profesora Pepper tiene de todo en su taquilla –le dije con una sonrisa antes de apagar la luz.

Un fuerte olor a quemado mezclado con el de metal impregnaba nuestras fosas nasales en nuestra pequeña habitación. Entre las dos camas estaba el caldero, cuyo contenido lo revolvía cada 2 minutos como decía la receta. Diego estaba encima de la cama, jugando con el bote de cristal que contenía el último y decisivo ingrediente.
–Como tires las astillas, te meto a ti en el caldero –le advertí, apartándome mi pelo rubio de los ojos; ya era hora de un corte.
–En vez del pelo de melena de león, podríamos haber metido un mechón de tu pelo –me contestó él incorporándose en la cama–. ¿Lo pillas? Porque te llamas Leo y tienes mucho pelo.
Diego se empezó a reír y se volvió a tirar en la cama, sujetándose la barriga de la risa.
–Si es por ti, no recupero mi varita nunca –murmuré quitándole el bote de cristal para echar las astillas de cuerno de unicornio al caldero.
–Siempre podrías ser sincero y decirle la verdad a los profesores: que eres un torpe y se te volvió a perder la varita.
Un humo entre amarillo y verde salió del caldero, indicando que la poción de transformación estaba lista. Me estiré para coger el lápiz de mi mesilla de noche y lo observé por un momento antes de arrojarlo al caldero.
El líquido empezó a hervir, provocando que aparecieran pequeñas burbujas en la superficie, y pasó de amarillo a marrón y de nuevo a amarillo. Diego y yo contuvimos la respiración mirando con atención al interior del caldero. Tras unos largos segundos, comenzó a surgir el lápiz del líquido viscoso, y se quedó en el aire para que yo lo cogiera.
Estiré la mano lentamente hasta rodearlo y, por fin, agarrarlo. Inmediatamente me pareció sentir el poder en su interior, la magia que poseía, y suspiré con alivio.
–Pruébalo –me dijo Diego en voz baja, casi con miedo a romper la tensión del momento.
Elevé el lápiz, apuntando a la lámpara más cercana y pensé en hacerla levitar, cosa que hizo al segundo de pasárseme por la cabeza. Abrí los ojos con sorpresa y abrí la boca, mirando a mi amigo, quien tenía la misma expresión en la cara. Sentía una emoción que no podía explicar, y sin pensarlo me empecé a reír sin parar a la vez que Diego.
–Si no lo veo, no lo creo –dijo entre carcajadas–. Era una poción de nivel avanzado, y nosotros, alumnos de segundo, lo conseguimos. Lo cuento y no se cree.
–Que pena que no podamos contarlo, tío.
–Algún día, cuando escriban un libro sobre nuestras hazañas de magos invencibles, saldrá a la luz y la profesora de pociones se arrepentirá de habernos suspendido este año.
Sacudí la cabeza ante los aires de grandeza de Diego y no pude evitar soltar unas carcajadas más.

–Claro que sí, amigo. Claro que sí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario