viernes, 2 de octubre de 2015

Believe in miracles.

    Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro.
    Todo empezó cuando desperté antes del amanecer. Aunque demasiado pronto para mi gusto, a mi cuerpo parecía antojársele que me desperezara. Aproveché la situación y, armada con mi iPod, me puse un chándal y salí a correr por el paseo de la playa, agradeciendo vivir en una isla y tenerla al lado.
     En la calle todavía reinaba el silencio, interrumpido por el sonido de las olas que, como yo, tampoco pueden dormir. A cada canción que pasaba, notaba cómo se aclaraba el cielo poco a poco, al mismo ritmo al que mis piernas se iban debilitando por el ejercicio, todavía poco acostumbradas a él.
      Cuando por fin me di por vencida, me paré en una farola cercana, todavía encendida, para recuperar el aliento que parecía huir de mí. Me quité los auriculares y observé mi alrededor, dándome cuenta de que ya se escuchaba más movimiento en la ciudad. Desde mi posición podía escuchar el sonido de un camión de basura cercano y, desgraciadamente, también se podía oler. Arrugué la nariz para intentar evadir ese hedor aunque no con mucho éxito, de modo que tomé una bocanada de aire y me di la vuelta para ponerme en marcha de nuevo para volver a casa.
      Justo al darme la vuelta, me encontré de lleno con un cuerpo blando y tal fue el impulso que llevaba que, al chocar, la ciencia hizo que me cayera hacia detrás. No tardé en sentir una puñalada de dolor recorriéndome la espalda al aterrizar en el suelo. Sin embargo, al levantar la cabeza para ver con qué me había chocado, unos ojos marrones y profundos me devolvieron la mirada.
       Delante de mí, en el suelo también, había una chica. Los primeros rayos de sol reflejaban en su pelo castaño, haciendo que sus mechones parecieran oro. Rápidamente me levanté y la ayudé a hacer lo mismo, ofreciéndole mi mano de apoyo.
       ─Lo siento, no estaba mirando por donde iba ─le dije una vez en pie.
       Ella sacudió la cabeza, quitándole importancia con una sonrisa mientras ordenaba la carpeta que llevaba en sus manos. Al acabar, me miró de nuevo y sonrió nuevamente. Por un momento no supe qué hacer, y por lo que parecía ella tampoco, ya que nos quedamos las dos mirándonos lo que a mí me pareció una eternidad. Un poco incómoda, me encogí de hombros.
       ─Bueno, ten cuidado por si te encuentras otra corredora por ahí.
       Le dediqué una sonrisa más y ella asintió, intentando ocultar una sonrisa. Fue ella la que se giró para alejarse caminando y yo, ahí quieta sin saber qué hacer, solo pude observar cómo se iba, algo que más tarde agradecería porque a los pocos pasos, ella se giró de nuevo.
       ─¿Te gusta el teatro? ─me preguntó en voz alta para que pudiera oírla.
       ­─Me gustan los musicales, ¿eso cuenta? ─le dije divertida, haciendo que ella se encogiera de hombros, sonriendo.
       ─Puede contar ─me contestó─. Este sábado hay una obra en el teatro del centro, La vida es sueño. Deberías pasarte para verla.
       ─¿Y eso por qué?
       ─Porque yo hago de protagonista. Pero corre, porque se acaban las entradas ─me aconsejó─. ¿Irás?
       No dudé ni un segundo.
       ­─Iré.
       Ella sonrió, satisfecha.
       ─Pregunta por mí en la taquilla, les diré que guarden una entrada.
       Se giró para irse, pero antes de que yo pudiera preguntarle su nombre, ella se volvió para dirigirse a mí.
         ─Soy Yvette, por cierto─ se adelantó─. ¿Y a qué nombre pondría la entrada?
         ─Hanna.
         Yvette pareció apuntar el nombre mentalmente, y yo deseé que no lo olvidara nunca, ya que yo no olvidaría el de ella.
         ─El sábado a las 8─ me recordó.
         ─Allí estaré.
         ─Más te vale, pero no vayas corriendo. No querría que te chocaras con nadie más.
         Me reí, aceptando la culpa del choque.
         ─Lo intentaré─ le dije.
        Con esa promesa, Yvette se giró y se alejó por el camino contrario al mío. No se me ocurre por qué una completa desconocida me querría invitar a una obra en la que es protagonista, pero me encontré deseando que yo fuera la única a la que se lo había dicho.
         El camino de vuelta se me pasó volando, pensando en cómo había pasado todo y nada más llegar, abrí el portátil y me puse a buscar sobre qué iba la obra, preguntándome que papel de todos los que había tendría.
          Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro, un milagro con nombre francés.

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