Notaba el peso extra
a mi espalda, y no hablo solo metafóricamente. Entré al instituto como una
mañana cualquiera, pero esta vez me fijaba en cada persona que ocupaba mi campo
de visión. Parejas abrazadas junto a la pared, románticos empedernidos que aprovechaban
unos minutos juntos antes de entrar a clase; dos amigas que se encontraban y
después de dos besos, caminaban juntas hacia su aula; grupos de amigos que se
ponían al día; personas que aún seguían durmiendo con los ojos de abiertos y
caminaban casi por inercia. Casi una mañana cualquiera. Casi.
Por fuera de clase
esperaba lo habitual, muchas caras dormidas y pequeñas charlas, justo cuando
aparece el profesor al fondo del pasillo. Abre la puerta y comienzan a entrar
uno a uno, cual cuentagotas, siendo yo la penúltima gota antes del profesor.
Entro y me paro en
la puerta, notando cómo el docente roza mi hombro al abrirse paso hacia la mesa
al frente de la clase. La puerta se cierra lentamente detrás de mí y yo cierro
los ojos, impregnándome del sonido de la mañana: cremalleras, carpetas contra
las mesas, sus voces. Sus irritantes voces. Abro los ojos, tomándome un respiro
para relajarme, y pongo la mano en la cerradura de la clase, cerrándola
fácilmente. Los alumnos cercanos me miran confundidos, preparados para realizar
algún comentario, pero éste muere en sus gargantas al ver la pistola que saco
de mi mochila.
-Un solo grito y
será el último que den.
Sus caras se
transforman progresivamente, todos expresando el miedo que les recorre el cuerpo.
Aseguro la cerradura con un clip y me dirijo hacia el profesor, el cual está
preparado para actuar. Le apunto con la pistola, le pego el cañón a la cabeza,
y con tranquilidad me dirijo al resto de la clase.
-Todos los móviles y
dispositivos sobre la mesa, o adiós profesor. No querrán cargar con esa culpa,
¿no?
Para mi
satisfacción, todos obedecen y les indico cómo pasar los aparatos hacia la mesa
del profesor, donde al cabo de un minuto está lleno de todo tipo de móviles y
tabletas.
-Buenos chicos-
Sonrío.
Siento al profesor
en la silla y le ato las manos con dos bridas. Gracias Internet por la
información. Le pongo un pañuelo en la boca, no sin tener que aguantar el
intento de resistencia. Patético.
A continuación, me
giro hacia mis compañeros y les sonrío amablemente.
-Hoy imparto yo la
clase. Manos sobre la mesa por favor- les digo, sujetando el arma como sutil
motivación.- No sé si me oyen todos, mi voz suele resultar muy baja para el
oído parece ser, ¿me oyen los del fondo?
No me llega respuesta.
Suspiro y apunto a la alumna que se sienta en primera fila, la que más a mano
tengo.
-¿Me oyen los del
fondo?- Repito, esta vez para, gratamente, recibir una respuesta positiva.- Muy
bien, mientras me hagan caso todo puede ir bien. Si me responden, yo respondo,
¿entendido?
Esta vez todos
asienten, lo cual me hace ahogar la risa; que predecible es el ser humano, que
impulsado por el miedo accede a cualquier cosa. Paseo la mirada por la clase,
fijándome en cada cara atentamente, pero me distrae el sonido del profesor
detrás de mí intentando hablar o, dios no lo quiera, escaparse. No puedo evitar
poner los ojos en blanco antes de agarrar la silla y ponerla frente a mí. Me
inclino, lo suficiente para que me oiga y le susurro 5 palabras más efectivas
que cualquier arma apuntada a su cabeza.
“Sé dónde están tus
hijos.” Se queda inmóvil al instante y sonrío para mí misma.
-Bueno, antes de que nuestro simpático
profesor aquí decidiera hacer el tonto, llegué a la conclusión de algo- dije,
empezando a pasearme por el aula, pistola en mano, mareándola. Es impresionante
el poder que te da.- Resulta que nosotros como somos, jóvenes, tenemos una
forma peculiar de hacer las cosas, de caminar por el mundo, de dejar…marca.
Todos creemos que somos diferentes al resto, que destacamos, que todo lo que
hacemos es diferente, pero la cosa es que somos demasiado egocéntricos e ilusos
para ver la verdad. Al fin y al cabo, somos seres formándonos todavía, tenemos
mucho que aprender, nuestras acciones no son especiales o diferentes, siempre
están regidas por lo mismo: porque otra persona lo ha hecho antes. No somos
originales, a no ser que seamos algún genio que desarrolle la idea millonaria
de la década, somos todos iguales, y querer ser diferentes nos lleva a ser todos
iguales. Aun así, todos nos seguimos empeñando en que somos distintos, que
tenemos algo especial.
Me siento en la mesa
del profesor, mirándolos, uno a uno mientras hablo.
-Pero dejen que les
diga algo: son todos unos hipócritas. Hasta en eso no son originales. Quieren
ser distintos, pero desde el momento que alguien diferente se les cruza
delante, lo primero que hacen es cuestionarle o incluso reírse. ¿Por qué? ¿Porque
no hace lo mismo que ustedes? ¿Será envidia de que esa persona es diferente de
verdad y ustedes no?- Me encojo de hombros y me levanto de la mesa.- Son unos
cobardes, pero hoy les voy a ayudar a no serlo. De eso irá la clase hoy.
Dirijo una sonrisa a
la clase y doy una palmada con ánimo.
-¿Algún cobarde que
se presente voluntario?- Miro expectante a que alguien hable pero solo reina el
silencio.- Ya veo, así que tendré que elegir a dedo. Puede ser…Diana, por
favor, ¿puedes acercarte a la pizarra?
Parece que le cuesta
moverse, pero por fin lentamente se levanta y se abre paso hacia la pizarra. Le
señalo el lugar que quiero que ocupe y se sitúa a mi lado.
-Se tomó su tiempo,
eh- murmuro para mí misma.- Bueno, y nuestro segundo afortunado será… ¿quién
puede ser?
Paseo la mirada de
nuevo y encuentro al candidato perfecto. Le señalo y le indico que se acerque,
cosa que hace considerablemente más rápido que Diana. Él se sitúa al otro lado.
-Bueno, gracias
David por no tomarte todo el tiempo del mundo. Ahora, -anuncio al resto de la
clase- vamos a hacer un ejercicio de confianza. Creo que estaremos de acuerdo
en que es lo más adecuado.
Observo algunas
cabezas asintiendo, obedeciendo cada palabra que digo. Aparte de eso, no se ve
ningún otro movimiento. Dóciles como burros cuando quieren.
-Se lleva mucho eso
de hacer grupitos por aquí, cosa normal hasta que esos grupitos se dedican a
pisar a los demás compañeros. Y aun así, ¡estos son los más populares! Todos
quieren ser sus amigos, todos quieren llevarse bien y tenerlos cerca. Pues
bien, este ejercicio trata sobre eso. Estos dos individuos que tengo aquí- digo
señalando a los dos que están a mi lado- cada uno forma parte de un grupo así.
Levanto la pistola y
la paso suavemente por la mejilla de ella.
-¿Quieren más a
Diana…
Me giro hacia él y le
agarro del pelo, apuntándole con la pistola.
-…o prefieren a
David?
Me vuelvo a girar
hacia mis compañeros y veo las caras aterrorizadas, imitando a las de los dos
que se encuentran a mi lado y no puedo evitar una sonrisita.
-Como vivimos en
una democracia, habrá que votar. ¿A quién salvarías? Comienza el ejercicio-
Dirijo la mirada hacia el primer alumno que está sentado en la esquina
delantera de la clase. Como se demora un poco, decido presionarle ligeramente.-
Es para hoy, querido. Apuesto a que el resto de la clase está ansiosa por
votar.
Por fin, niega con
la cabeza.
-No. Me niego. No
puedes hacer esto, ¡es enfermizo!
No hay nada que
soporte menos que un pequeño intento de héroe. Cierro los ojos y me toco el
puente de la nariz un segundo, para controlar la ira. Al abrirlos, suspiro.
-Una pena, me caías
bien Gabriel.
Aprieto el gatillo
y una bala le cruza el cráneo en menos de lo que dura un parpadeo. El
silenciador amortigua el sonido pero aun así no evita que el resto de la clase
pegue un salto sorprendida, haciendo que se extienda un murmullo, el cual acaba
rápido al aclararme la garganta y apuntar la pistola hacia el techo. El cuerpo
de Gabriel descansa sin vida sobre la mesa; si no fuera por la sangre y el
agujero en su frente, parecería que está durmiendo plácidamente.
-Por si no les ha
quedado claro, no hay voto en blanco- Me giro hacia la siguiente y sonrío.-
¿Siguiente?
Los votos se suceden
sin más incidentes, la mayoría entre sollozos y miradas de disculpas hacia el
no elegido. Son bastante sorprendentes las elecciones que toma la gente bajo
presión, se descubren cantidad de cosas interesantes. Como aquellos que no
salvan a su mejor amigo, o ex mejor amigo a estas alturas. Al llegar al último
alumno, la balanza está claramente inclinada hacia Diana, pero concedo un
último voto. Le quito el pañuelo al profesor con una mueca de asco al tocar
accidentalmente sus babas y le apunto con el arma.
-Y nuestro querido
profesor, ¿con quién se queda? Revele su favorito, vamos.
También vencido por
las lágrimas desde hace rato, el profesor mira al suelo en silencio. Me
arrodillo y le levanto la cabeza con la pistola, dejándola presionada contra su
garganta.
-Recuerde, no hay
voto en blanco.
Y al fin, entre
sollozos, susurra un nombre.
-David.
Se oye un grito
ahogado de Diana y me levanto, dejando al profesor ahogándose en sus propias
lágrimas, llorando como un bebé. Diana levanta 8 dedos, mientras que David cuenta
con 18 votos a su favor, y puedo ver que contiene un suspiro de alivio.
Al levantarme, me
coloco entre los dos y me dirijo de nuevo hacia la clase, con el sonido de
fondo de los sollozos de los débiles.
-Bien clase,
votación concluida. Está claro a quién prefiere la multitud- Me giro hacia
David.- Felicidades, eres malo, pero no el más malo. Has ganado.
Se le escapa una
risa de felicidad y veo el brillo de esperanza en los ojos. Ugh. De un
movimiento levanto la pistola y una bala le atraviesa desde la nuez hasta la
coronilla. Su cuerpo ya sin vida se desploma y golpea el suelo con un sonido
sordo.
-Sin embargo, no
es suficiente.
Noto a Diana
temblando desde mi posición, todavía con los 8 dedos levantados como si
sirvieran de alguna defensa. Me mira suplicante, con ojos de perrito rojos de
llorar, y chasqueo la lengua. La esperanza es lo único que se pierde.
-El pueblo ha
decidido- sentencio, y otra bala más sale disparada del cañón y desgarra el ojo
derecho. Diana cae al suelo de rodillas, tapándose el ojo y gritando de dolor,
pidiendo ayuda. Me mira una última vez, rogándome que la deje vivir.
-La verdad Diana
es que te iba a dejar vivir, créeme. Sería un buen castigo. Pero has roto la
regla y eso no lo puedo perdonar. Ya les dije, un solo grito y será el último.
El gatillo cede
bajo mis dedos y una bala acaba con su vida y, menos mal, sus gritos. Sin
embargo, es demasiado tarde y esos gritos y el bullicio creado por el murmullo
del resto de los alumnos, ha atraído a curiosos, profesores que tocan la puerta
y preguntan qué está pasando. La cerradura intenta girar, detenida por el clip,
pero soy consciente de que no tardará mucho en ceder. De modo que me enderezo y
me dirijo de nuevo a la clase.
-No se podrán
quejar, nunca tendrán una clase tan entretenida, no hace falta que me lo
agradezcan. Gracias a todos por la atención, la verdad es que no está mal,
entiendo por qué todos se empeñan en ser diferentes, en llamar la atención. Se
siente uno poderoso cuando la tiene, y más cuando el resto obedece. ¿Qué hemos
aprendido hoy? Todos somos iguales, excepto Gabriel, pero el pobre eligió un
mal momento para diferenciarse. Habrá muerto pensando que alguno de ustedes les
seguiría, que alguno acabaría con esta locura, que alguno sería el héroe. Habrá
muerto en vano.
Bajo la mirada
hacia la pistola que tengo en las manos y oigo cómo la cerradura gira
ligeramente, no totalmente libre pero apunto, y cómo los de fuera mueven la
puerta para poder abrirla entre gritos que pretenden detenerme. Levanto la
mirada hacia mis compañeros y presiono el cañón de la pistola contra mi cabeza.
La puerta se abre
de golpe y yo sonrío con el dedo en el gatillo.
-Disfruten de la
culpa.
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