martes, 29 de septiembre de 2015

Control

  Notaba el peso extra a mi espalda, y no hablo solo metafóricamente. Entré al instituto como una mañana cualquiera, pero esta vez me fijaba en cada persona que ocupaba mi campo de visión. Parejas abrazadas junto a la pared, románticos empedernidos que aprovechaban unos minutos juntos antes de entrar a clase; dos amigas que se encontraban y después de dos besos, caminaban juntas hacia su aula; grupos de amigos que se ponían al día; personas que aún seguían durmiendo con los ojos de abiertos y caminaban casi por inercia. Casi una mañana cualquiera. Casi.
  Por fuera de clase esperaba lo habitual, muchas caras dormidas y pequeñas charlas, justo cuando aparece el profesor al fondo del pasillo. Abre la puerta y comienzan a entrar uno a uno, cual cuentagotas, siendo yo la penúltima gota antes del profesor.
   Entro y me paro en la puerta, notando cómo el docente roza mi hombro al abrirse paso hacia la mesa al frente de la clase. La puerta se cierra lentamente detrás de mí y yo cierro los ojos, impregnándome del sonido de la mañana: cremalleras, carpetas contra las mesas, sus voces. Sus irritantes voces. Abro los ojos, tomándome un respiro para relajarme, y pongo la mano en la cerradura de la clase, cerrándola fácilmente. Los alumnos cercanos me miran confundidos, preparados para realizar algún comentario, pero éste muere en sus gargantas al ver la pistola que saco de mi mochila.
  -Un solo grito y será el último que den.
  Sus caras se transforman progresivamente, todos expresando el miedo que les recorre el cuerpo. Aseguro la cerradura con un clip y me dirijo hacia el profesor, el cual está preparado para actuar. Le apunto con la pistola, le pego el cañón a la cabeza, y con tranquilidad me dirijo al resto de la clase.
  -Todos los móviles y dispositivos sobre la mesa, o adiós profesor. No querrán cargar con esa culpa, ¿no?
  Para mi satisfacción, todos obedecen y les indico cómo pasar los aparatos hacia la mesa del profesor, donde al cabo de un minuto está lleno de todo tipo de móviles y tabletas.
  -Buenos chicos- Sonrío.
  Siento al profesor en la silla y le ato las manos con dos bridas. Gracias Internet por la información. Le pongo un pañuelo en la boca, no sin tener que aguantar el intento de resistencia. Patético.
  A continuación, me giro hacia mis compañeros y les sonrío amablemente.
  -Hoy imparto yo la clase. Manos sobre la mesa por favor- les digo, sujetando el arma como sutil motivación.- No sé si me oyen todos, mi voz suele resultar muy baja para el oído parece ser, ¿me oyen los del fondo?
  No me llega respuesta. Suspiro y apunto a la alumna que se sienta en primera fila, la que más a mano tengo.
  -¿Me oyen los del fondo?- Repito, esta vez para, gratamente, recibir una respuesta positiva.- Muy bien, mientras me hagan caso todo puede ir bien. Si me responden, yo respondo, ¿entendido?
  Esta vez todos asienten, lo cual me hace ahogar la risa; que predecible es el ser humano, que impulsado por el miedo accede a cualquier cosa. Paseo la mirada por la clase, fijándome en cada cara atentamente, pero me distrae el sonido del profesor detrás de mí intentando hablar o, dios no lo quiera, escaparse. No puedo evitar poner los ojos en blanco antes de agarrar la silla y ponerla frente a mí. Me inclino, lo suficiente para que me oiga y le susurro 5 palabras más efectivas que cualquier arma apuntada a su cabeza.
  “Sé dónde están tus hijos.” Se queda inmóvil al instante y sonrío para mí misma.
  -Bueno, antes de que nuestro simpático profesor aquí decidiera hacer el tonto, llegué a la conclusión de algo- dije, empezando a pasearme por el aula, pistola en mano, mareándola. Es impresionante el poder que te da.- Resulta que nosotros como somos, jóvenes, tenemos una forma peculiar de hacer las cosas, de caminar por el mundo, de dejar…marca. Todos creemos que somos diferentes al resto, que destacamos, que todo lo que hacemos es diferente, pero la cosa es que somos demasiado egocéntricos e ilusos para ver la verdad. Al fin y al cabo, somos seres formándonos todavía, tenemos mucho que aprender, nuestras acciones no son especiales o diferentes, siempre están regidas por lo mismo: porque otra persona lo ha hecho antes. No somos originales, a no ser que seamos algún genio que desarrolle la idea millonaria de la década, somos todos iguales, y querer ser diferentes nos lleva a ser todos iguales. Aun así, todos nos seguimos empeñando en que somos distintos, que tenemos algo especial.
  Me siento en la mesa del profesor, mirándolos, uno a uno mientras hablo.
  -Pero dejen que les diga algo: son todos unos hipócritas. Hasta en eso no son originales. Quieren ser distintos, pero desde el momento que alguien diferente se les cruza delante, lo primero que hacen es cuestionarle o incluso reírse. ¿Por qué? ¿Porque no hace lo mismo que ustedes? ¿Será envidia de que esa persona es diferente de verdad y ustedes no?- Me encojo de hombros y me levanto de la mesa.- Son unos cobardes, pero hoy les voy a ayudar a no serlo. De eso irá la clase hoy.
  Dirijo una sonrisa a la clase y doy una palmada con ánimo.
  -¿Algún cobarde que se presente voluntario?- Miro expectante a que alguien hable pero solo reina el silencio.- Ya veo, así que tendré que elegir a dedo. Puede ser…Diana, por favor, ¿puedes acercarte a la pizarra?
  Parece que le cuesta moverse, pero por fin lentamente se levanta y se abre paso hacia la pizarra. Le señalo el lugar que quiero que ocupe y se sitúa a mi lado.
  -Se tomó su tiempo, eh- murmuro para mí misma.- Bueno, y nuestro segundo afortunado será… ¿quién puede ser?
  Paseo la mirada de nuevo y encuentro al candidato perfecto. Le señalo y le indico que se acerque, cosa que hace considerablemente más rápido que Diana. Él se sitúa al otro lado.
  -Bueno, gracias David por no tomarte todo el tiempo del mundo. Ahora, -anuncio al resto de la clase- vamos a hacer un ejercicio de confianza. Creo que estaremos de acuerdo en que es lo más adecuado.
  Observo algunas cabezas asintiendo, obedeciendo cada palabra que digo. Aparte de eso, no se ve ningún otro movimiento. Dóciles como burros cuando quieren.
  -Se lleva mucho eso de hacer grupitos por aquí, cosa normal hasta que esos grupitos se dedican a pisar a los demás compañeros. Y aun así, ¡estos son los más populares! Todos quieren ser sus amigos, todos quieren llevarse bien y tenerlos cerca. Pues bien, este ejercicio trata sobre eso. Estos dos individuos que tengo aquí- digo señalando a los dos que están a mi lado- cada uno forma parte de un grupo así.
  Levanto la pistola y la paso suavemente por la mejilla de ella.
  -¿Quieren más a Diana…
  Me giro hacia él y le agarro del pelo, apuntándole con la pistola.
   -…o prefieren a David?
   Me vuelvo a girar hacia mis compañeros y veo las caras aterrorizadas, imitando a las de los dos que se encuentran a mi lado y no puedo evitar una sonrisita.
   -Como vivimos en una democracia, habrá que votar. ¿A quién salvarías? Comienza el ejercicio- Dirijo la mirada hacia el primer alumno que está sentado en la esquina delantera de la clase. Como se demora un poco, decido presionarle ligeramente.- Es para hoy, querido. Apuesto a que el resto de la clase está ansiosa por votar.
    Por fin, niega con la cabeza.
   -No. Me niego. No puedes hacer esto, ¡es enfermizo!
  No hay nada que soporte menos que un pequeño intento de héroe. Cierro los ojos y me toco el puente de la nariz un segundo, para controlar la ira. Al abrirlos, suspiro.
   -Una pena, me caías bien Gabriel.
   Aprieto el gatillo y una bala le cruza el cráneo en menos de lo que dura un parpadeo. El silenciador amortigua el sonido pero aun así no evita que el resto de la clase pegue un salto sorprendida, haciendo que se extienda un murmullo, el cual acaba rápido al aclararme la garganta y apuntar la pistola hacia el techo. El cuerpo de Gabriel descansa sin vida sobre la mesa; si no fuera por la sangre y el agujero en su frente, parecería que está durmiendo plácidamente.
   -Por si no les ha quedado claro, no hay voto en blanco- Me giro hacia la siguiente y sonrío.- ¿Siguiente?

  Los votos se suceden sin más incidentes, la mayoría entre sollozos y miradas de disculpas hacia el no elegido. Son bastante sorprendentes las elecciones que toma la gente bajo presión, se descubren cantidad de cosas interesantes. Como aquellos que no salvan a su mejor amigo, o ex mejor amigo a estas alturas. Al llegar al último alumno, la balanza está claramente inclinada hacia Diana, pero concedo un último voto. Le quito el pañuelo al profesor con una mueca de asco al tocar accidentalmente sus babas y le apunto con el arma.
  -Y nuestro querido profesor, ¿con quién se queda? Revele su favorito, vamos.
  También vencido por las lágrimas desde hace rato, el profesor mira al suelo en silencio. Me arrodillo y le levanto la cabeza con la pistola, dejándola presionada contra su garganta.
  -Recuerde, no hay voto en blanco.
   Y al fin, entre sollozos, susurra un nombre.
   -David.
   Se oye un grito ahogado de Diana y me levanto, dejando al profesor ahogándose en sus propias lágrimas, llorando como un bebé. Diana levanta 8 dedos, mientras que David cuenta con 18 votos a su favor, y puedo ver que contiene un suspiro de alivio.
   Al levantarme, me coloco entre los dos y me dirijo de nuevo hacia la clase, con el sonido de fondo de los sollozos de los débiles.
   -Bien clase, votación concluida. Está claro a quién prefiere la multitud- Me giro hacia David.- Felicidades, eres malo, pero no el más malo. Has ganado.
   Se le escapa una risa de felicidad y veo el brillo de esperanza en los ojos. Ugh. De un movimiento levanto la pistola y una bala le atraviesa desde la nuez hasta la coronilla. Su cuerpo ya sin vida se desploma y golpea el suelo con un sonido sordo.
    -Sin embargo, no es suficiente.
   Noto a Diana temblando desde mi posición, todavía con los 8 dedos levantados como si sirvieran de alguna defensa. Me mira suplicante, con ojos de perrito rojos de llorar, y chasqueo la lengua. La esperanza es lo único que se pierde.
    -El pueblo ha decidido- sentencio, y otra bala más sale disparada del cañón y desgarra el ojo derecho. Diana cae al suelo de rodillas, tapándose el ojo y gritando de dolor, pidiendo ayuda. Me mira una última vez, rogándome que la deje vivir.
    -La verdad Diana es que te iba a dejar vivir, créeme. Sería un buen castigo. Pero has roto la regla y eso no lo puedo perdonar. Ya les dije, un solo grito y será el último.
    El gatillo cede bajo mis dedos y una bala acaba con su vida y, menos mal, sus gritos. Sin embargo, es demasiado tarde y esos gritos y el bullicio creado por el murmullo del resto de los alumnos, ha atraído a curiosos, profesores que tocan la puerta y preguntan qué está pasando. La cerradura intenta girar, detenida por el clip, pero soy consciente de que no tardará mucho en ceder. De modo que me enderezo y me dirijo de nuevo a la clase.
     -No se podrán quejar, nunca tendrán una clase tan entretenida, no hace falta que me lo agradezcan. Gracias a todos por la atención, la verdad es que no está mal, entiendo por qué todos se empeñan en ser diferentes, en llamar la atención. Se siente uno poderoso cuando la tiene, y más cuando el resto obedece. ¿Qué hemos aprendido hoy? Todos somos iguales, excepto Gabriel, pero el pobre eligió un mal momento para diferenciarse. Habrá muerto pensando que alguno de ustedes les seguiría, que alguno acabaría con esta locura, que alguno sería el héroe. Habrá muerto en vano.
    Bajo la mirada hacia la pistola que tengo en las manos y oigo cómo la cerradura gira ligeramente, no totalmente libre pero apunto, y cómo los de fuera mueven la puerta para poder abrirla entre gritos que pretenden detenerme. Levanto la mirada hacia mis compañeros y presiono el cañón de la pistola contra mi cabeza.
     La puerta se abre de golpe y yo sonrío con el dedo en el gatillo.

     -Disfruten de la culpa.

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